31 agosto 2006

A pesar de los años y los momentos vividos

Quienes no vayamos a disponer de una TV, deberemos resignarnos a las trasmisiones online que mañana dictaminarán si es Argentina o España quien definirá -frente a Grecia- la final del mundial de básket.
La verdad es que no sé si lo haré, ya que tengo la sensación de que seguir los partidos por este medio es 'mufa' (gafe), o al menos a mí me trae malos recuerdos, generalmente relacionados con el tenis y con Argentinos Jrs.

Las recientes ocasiones en las que Argentina y España se han enfrentado no hacen invitar al optimisimo basquetbolístico al haber quedado en suficiente evidencia la 'maternidad patria' sobre el olímpico campéon sudamericano. En competición, no obstante, es donde se suelen ver los 'pingos' y aquí le tengo fe ciega a mi país ya que al poner una Copa de por medio, el huevo argento está garantizado, a diferencia de la -probable- castración deportiva de la que suele hacer gala el deportista español medio cuando llegan estos momentos señalaítos.

Ante uno de estos Argentina-España no suele faltar nunca quien me pregunte aquello de "con quién vas", a sabiendas de mis orígenes y del lugar donde me he críado felizmente.

La verdad es rara: Hasta no hace mucho, si España se enfrentaba a Lesotho en el mundial de bolitas con 'jopi', mi apoyo, incondicional, se decantaba -sin fisuras- hacia el lado africano procurando hacer desbocada gala del mismo cada vez que éstos hacían cagar el bolón (o coyote) rojigualda o embocaban la naftera en el agujero.

Me da vergüenza confesarlo, pero era así.

Con el tiempo y en un fascinante proceso, he ido descifrando el genoma ibérico, personificado en mi querida compañera local, y el muy probable supuesto de que nuestra descendencia vaya a compartir el pasaporte de Cervantes, Góngora o Quevedo ha ido moderando mis ánimos.

Ahora, hasta me parece improcedente que mis amiguetes argentos hinchen por Lesotho mientras morfan asados diarios financiados por la Olla Popular Española, a la que no titubean en pedir ayuda cuando hace falta. Me parece de 'sudaca' inadaptado y poco agradecido y no veo la razón (si comés, cogés, y cagás en España) de tanta animadversión, aunque no me falta perspectiva para entender el por qué de tanto odio cuando el razonamiento es poco crítico.

Se ha generalizado una antipatía hacia las selecciones deportivas españolas, especialmente la de fútbol, endiosada competición tras competición por unos medios de comunicación bastante más arrogantes que los futbolistas cuyas andanzas acuden a cubrir.
Ante la mínima victoria se generan avergonzantes titulares en 'bold', muy castizos y tauromáquicos ellos, pero cuando llega el pinchazo no hay cuadrilla que acuda a socorrer al torero, abandonado, abatido e insultado desde los tendidos.

Se le atribuye un exceso de atributos y confianza a quien no manifiesta poseerlos y mucha gente confunde luego al halagador con la víctima de sus loas. Y se la toma con ella.

El deportista español medio no es agrandado. Es pecho frío, o 'pasota', que no es lo mismo.
Si rebuscamos y analizamos, comprendemos que afronta antes una derrota que unas perspectivas de esforzarse hasta el extremo para ganar y por lo tanto no suele utilizar todos los medios a su alcance para que esto -la victoria- se produzca. El argento te muerde, te pisa, te mete los dedos en los ojos, se caga en tu madre... mientras que el gallego hace algo de fuerza pero respeta la Convención de Ginebra, y a los argentos nos encanta hacer hincapié en este defecto para obviar otras cualidades -no deportivas- en las que nos suelen pasar el trapo.

Cuando se produce una excepción (Rafa Nadal, David Meca, Bjorn Dunkerbeck...) somos sus primeros fanas, pues identificamos en ellos nuestro presumiblemente indómito carácer nacional, mientras que ellos le hacen un guiño a nuestra locura y se hacen 'del boca' o 'del river', incluso 'de la albiceleste' y te cantan el 'olé, olé, oléeee, olé, olé, olé, oláaaa...' a mil por hora -y sin mucho sentimiento- en un gesto de hermanamiento que pocas veces sabemos apreciar y otras menos, compartir.

El español medio puede no ser, pues, exagerado y fanático, pero es un buen tipo poco dado a las complicaciones. Fácilmente reconoce sus carencias y lo mejor, suele reirse de ellas. Si gana, pues bien, oye, y si no lo hace putea un poco y se toma unos vinos. Los que emigraron a Argentina y muchos de sus descendiente adoran este (mi) país y son sus principales escuderos ante la crítica fácil. A veces han demostrado quererla (y entenderla) más y mejor que muchos de los paisanos que paran por acá.

Si patria es la tierra donde se ha nacido -y según una reciente teoría- "somos de donde necesitamos saber", entonces yo soy bien argento.
Si soy bien, bien argento, no puedo más que considerarme bien nacido.
Y como tal, debo estar agradecido a esta España a la que mañana quiero embocársela desde todos lados, pero a la que no dejo de agradecer todos estos años y todos estos momentos vividos en su regazo.

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