19 septiembre 2006

Poesía a Falucho

La estuve buscando durante años.

Mi vieja recitaba las dos primeras estrofas solamente y yo quería saber cómo seguía. Hoy la encontré gracias, como no, a Don Google.

EL NEGRO FALUCHO
Rafael Obligado

Duerme el Callao
ronco son hace del mar la resaca
y en la sombra se destaca
del real Felipe el torreón

En él está de facción
porque alejarle quisieron,
un negro de los que fueron
con San Martín de los grandes,
que en la pampa y en los Andes
batallaron y vencieron

Por la pequeña azotea
Falucho, erguido y gentil,
echado al hombro el fusil
lentamente se pasea.
Piensa en la patria, en la aldea
donde dejó el hijo amado
donde su dueña adorada
lo aguarda triste y llorosa
y en Buenos Aires, la hermosa
que es su pasión de soldado.

Llega del fuerte a su oído,
rumor de voces no usadas
de ballonetas y espadas
agrio y áspero ruido
Un ¡Viva España! seguido
de un otro ¡Viva Fernando!
y está Falucho dudando
si dan los gritos que escucha
sus compañeros de lucha
o si está loco o soñando.

Abierta el ala luciente
hacia los mares batía
cuando Falucho que ansía
dar un viva a su manera
hizó nervioso a tirones
la azul y blanca bandera.

Por mi cuenta te despliego
dijo airado, y de esta suerte,
si a tus pies está la muerte,
a tu sombra muera luego.
Nació el sol. Besos de fuego
dióla en rayas de carmín.
Rodó el mar desde el confín
un instante estremecido
y en la torre quedó erguido
el negro de San Martín.

No bien así desplegados
nuestros colores lucían,
por la escalera subían
tropel los sublevados.
Ven a Falucho y airados
hacia el se precipitan.

¡Baja ese trapo! le gritan
¡y nuestra enseña enarbola!
¡Y es la bandera española
la que los criollos agitan!

Dobló Falucho entretanto
la oscura faz sin sonrojos
y ante aquel crimen sus ojos
se estremecieron en llanto.
Vencido al punto el quebranto
con fiero arranque exclamó:
¿Enarbolar esa yo,
cuando está aquella en su puesto?
Y un juramento fué el gesto
con que el negro dijo: ¡No!

Con un acento glacial
en que la muerte predicen,
¡Presenta el arma! le dicen
¡al estandarte real!
Rotos por la orden fatal
de la obediencia los lazos,
alzó el fusil en sus brazos
con un rugido de fiera
y contra el asta bandera
lo hizo de un golpe pedazos.

Ante tamaña insolencia
de una acción inesperada
la infame turba exitada clamó:
¡Muera el insurgente!
y asestados al valiente
cuatro fusiles brillaron.
¡Ríndete al Rey! le intimaron
mas como el negro exclamó:
¡Viva la Patria y no yo!
los cuatro tiros sonaron.

Uno, el más vil, corre y baja
el estandarte sagrado
que cayó sobre el soldado
como gloriosa mortaja.
Alegre diana la caja
de los traidores batía.
El Pacífico gemía
melancólico y desierto
y en la bandera del muerto
nuestro sol resplandecía.