01 diciembre 2006

Un portero que se cree dueño del edificio

Eso, según un viejo chiste, era el resultado de mezclar a un argentino con un español.

Las oleadas de paisanos que se han instalado en España mantienen activa la verdad del mismo, pues hoy la mayoría de los radicados en la madre patria prefieren una compañera española a una oriunda: rompen menos los huevos, son menos histéricas y ponen pocas trabas a la hora de coger. Un amigo con tetas, vaya.

Los que llegaron casados, ellos, contemplan el escenario con cierta nostalgia, y sus jermus no paran de arrepentirse de haberse casado con ese changarín chamuyero en lugar de haberlo hecho con el yegoga del 2º, José Manuel, que aunque tiene menos onda, le tendría la neverita hasta los topes.

El hecho reciente del chicken run argento, no obstante, certifica aún pocos casos iberoargentos terminados en casorio y, menos aún, en descendencia mestiza. Hay proyectos más o menos serios, como el mío, pero me da la sensación de que antes o después nos sacan la ficha a todos, y con ella, la correspondiente tarjeta roja.

Lo curioso del caso que atendemos hoy es el mix de ciencia ficción y lo novedoso del mismo.
Una parejita argentina vuelve a Bs.As. desde Barcelona en estado de buena esperanza. Como en aquella escena del anuncio de Aerolíneas cuya voz en off decía "llevamos a tus viejos de vacaciones y te trajimos a vos con ellos" (mientras la imagen mostraba a una linda morochita tocarse con gesto maternal una pancita antes hinchada por los gases de la feijoada que se había morfado en Buzios que por la obra del marido, un pelado que aparece saludando a la cámara).

Lejos de hipotetizar si la preñada parejita -no se olviden que en estos tiempos modernos, él también se preña- mantuvo en Barcelona algún intercambio carnal (para mitigar los nervios de ir al frigorífico a buscar al pibe y esas cosas), el embrión que ya colea en el porteño útero es catalán y es un sobrante de personas que en su momento se sometieron a técnicas de fertilización asistida en una conocida clínica de la ciudad condal. Con el paso del tiempo, algunos embriones quedan olvidados y ahora la clínica los ofrece a quienes quieran adoptarlos.

Sin entrar a valorar la puesta en escena desde un approach religioso o moral (a mí me parece licitísmo), el asunto tiene su guasa y abre un interrogante. En la Argentina no hay una ley que regule qué ocurre con los 1300 embriones congelados depositados en los centros de fecundación asistida, que no son utilizados por las parejas para tener nuevos hijos.

La Justicia argentina debatió durante años si los embriones congelados tenían estatus de persona y si el Estado debía protegerlos para que no fueran descartados, vendidos ni utilizados en experimentos extraños. Tras mucho litigar, un fallo civil les reconoció aquel estatus y se designó un tutor para los embriones congelados. Sin embargo, el tutor renunció luego de un tiempo y el asunto sigue sin resolverse.

Hasta entonces, en el fondo de los congeladores hiberna el futuro aliento de Ñuls y las próximas camadas del San Isidro Club.

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